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Renata es la más joven, sin aspiraciones y caprichosa.
Mía, su hermana mayor, (mamá), ama de casa y escultora.
LUNA NUEVA
La vida de Mía se había quedado guardada en un cajón desde que su madre había muerto al dar a luz a Renata veintidós años atrás, contando ella con apenas dieciocho. Tuvo que abandonar su sueño de estudiar carrera de Letras para dedicarse de lleno a su hermana menor, convirtiéndose de la noche a la mañana en madre soltera y ama de casa, pero sin conocer el amor. Con lo poco que les había dejado su padre y las esculturas y figuras de pasta que Mía esculpía para vender, se habían sostenido medianamente ya que las exigencias e indisciplinas de Renata solían sacarla de su presupuesto.
— ¿Vas a salir, cariño? —preguntó Mía al ver a Renta dirigirse hacia la puerta—. Necesito que me hagas unas compras, pues tengo que esperar al director de El Salón de la Cultura para la entrevista del periódico.
— ¿Y qué necesitas?, no serán cosméticos, porque ya ni esos te ayudan hermanita, los años son los años, y aunque se puedan disimular con cirugías… nada más mírate las manos, esas no mienten el tiempo, al rato tendrás que ponerte guantes como Michael Jackson para no pasar vergüenzas.
Mía se quedó mirando sus manos… aquellas que cuidaron con tanto esmero a la pequeña Renata, aquellas que creaban grandes obras de arte que ponían orgullosa a su madre, obras que por fin habían sido valoradas por un experto luego de muchos años de espera. De pronto se sintió extraviada sin poder encontrar el camino de regreso a su vida; en las líneas de sus hermosas manos podía leer sus sueños suspendidos y en cada peca contemplar lunas viejas, con conejos, con pisadas, con banderas…
***
—Mía, ¿cuándo fue que nació su inquietud por la escultura? —preguntó Román sin dejar de observar la manera en que Mía escondía nerviosamente sus manos entre el cojín del sillón.
—Desde que mi madre puso frente a mí seis blocks de plastilina; contaba yo con cuatro años y esculpí el viejo jarrón de porcelana de la abuela, que tenía la figura realzada de dos enamorados y en la mano de ella estaba parado un pajarillo. Mi madre se asombró de los detalles y me impulsaba a seguir haciendo figuras de plastilina que siempre mostraba orgullosa a quienes nos visitaban, pero se fue demasiado pronto dejándome la responsabilidad más grande con que se puede enfrentar una chica de dieciocho.
— ¿Tiene usted una idea de lo que valen sus esculturas? —Cuestionó Román, tratando de distraerla del triste recuerdo que se reflejó en sus ojos—. Son piezas originales y…tan perfectas pero voy a anticiparle algo, tendremos que seguir con esta entrevista por más días, pues creo que dos columnas en el diario, no serán suficientes para publicar la obra y la historia de una mujer tan maravillosa, admirable, además de hermosa —dijo Román a pausas, haciendo que sus palabras y el tono de su voz, provocaran en Mía un escalofrío que la estremeció profundamente.
Estaban tomando café, cuando Renata entró azotando la puerta, interrumpiendo los elogios de Román que continuaban alimentando en Mía, los vacíos que solían ser tan dolorosos en las noches que tras su ventana se asomaba la luna.
— ¿Qué, tú también vas a rezongar por la puerta? —preguntó Renata con mirada retadora a Román.
Al notar que éste iba a responder impulsivamente, Mía puso su mano temblorosa sobre la de él, suplicando con la mirada un discreto silencio.
***
El tiempo pasó y un día…
— ¿A dónde vas y vestida de rojo? ¿No sabes que el rojo en la boca ya no se usa? Preguntó Renata en tono burlón, sin dejar de limarse las uñas; Mía tomó su bolso y mirándola con cierta melancolía respondió: “Hace buen rato que la que no se usa soy yo” .
Esa noche Mía no regresó a dormir, lo que causó en su hermana un desconcierto tal que hasta el sueño perdió entre la curiosidad y la preocupación, ya que Mía no respondía a su celular y no acostumbraba salir de casa mas que para hacer las compras de despensa. Tomó su abrigo y su bolso y al abrir la puerta se encontró con la silueta de dos amantes, besándose apasionadamente, él tomo las manos de ella y besándolas con delicada ternura dijo:
—Nunca había visto manos más bellas, ni boca roja más sensual destilando tanta miel...eres hermosa Mía, ¡muy hermosa! Afirmó Román tomándola en sus brazos.
Mía parecía volar hacia la puerta sin percibir la presencia de su hermana que caminó tras ella golpeando los talones:
— ¿Qué te pasa por la cabeza, estúpida? Ya iba a salir a buscarte a la morgue… ¡Mía, que te estoy hablando! parece que estás en la luna, ¡Regresa ya!
Mía dejó su bolso sobre el sillón, tomó el costado de la puerta y azotó ésta con tal fuerza que cimbró el edificio; suspiró y sin poder ocultar su emoción respondió con la mirada perdida:
—Vengo de una luna nueva, sin conejos, sin pisadas, sin banderas… donde el rojo en los labios no pasa de moda, donde las manos con veredas y manchadas son las manos más bellas… ¡He regresado! he regresado...
María Ayala http://poesiasyreflexiones.blogspot.com/
gracias por tu participación y por supuesto, también te puedes llevar el premio por haber colaborado a celebrar esta fiesta virtual de amigos. susuru
5 comentarios:
qué buen relato María!!!
extrañaba que no hubieras participado.
Viva Monterrey!!!
Viva México!!!
Salu2 afectuosos
yo también me animé a escribir algo, pero confieso que me han ayudado, pues soy un animal escribiendo, disculpa el término, pero es verdad.
Excelente relato, muy bien planteado y con un final maravilloso.
onfieso que la caprichosa Renata llegó a ponerme nerviosita, ja ja ja.
Un abracito.
Que bueno texto María, que feliz estoy por haber participado.
Besitos
Flor
jajajaja:a mi también Renata me puso nervioso.
Salu2 Marina, salu2 a todos.
Hermoso, hermoso, hermoso. Un final feliz y lleno de luz.
Una hermana que pedía a gritos que alguien la pusiera en su lugar.
Hermoso...
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