martes, febrero 06, 2007

de: ELVIRA FIGUEROA

Recorriendo las sures latitudes de mi espalda, vuelvo a buscar definidas huellas que me orienten en esos oscuros, lejanos y ancestrales territorios.
Ascendiendo, el sol comienza a alumbrar. Me acerco. Avanzo en el tiempo, Conqusto altura. Grises, intensos azules, verdes grisáceos y ¡por fin! el celeste cielo.
Sobre mis hombros, diáfanas e ingrávidas como burbujas se me aparecen tus huellas.
Aquellas que dejaste con tus suaves alas blancas; son los trazos que con tus labios dibujabas, mientras de ellos emanaban dulces susurros, blandos y vaporosos alientos.
Desde ese cielo, tus huellas aún continúan fundiéndose con mi piel, colándose por mis músculos, atravesando mis huesos.
Allí están, y se quedarán, son mi tesoro.
Surcos del amor, del puro amor. Del tuyo, del mío, del nuestro. Senderos por donde hoy vuelvo a caminar. Refugio en el que mi corazón reverdece nuevamente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Quisiera saber cómo ha llegado hasta aquí este poema de Elvira Figueroa. Si la conociste, quisiera conocerte.

SUSURU dijo...

No tuve el placer de conocerla, lamentablemente.
Si mal no recuerdo, este escrito fue publicado en Kiné y me conmovió.
Si deseas dejarme un mail donde contactarte, con mucho gusto te escribo.

Anónimo dijo...

A un año de tu muerte

Ese amor, tan tuyo, tan mío, tan nuestro es todo lo que tengo de vos y no deja de crecer. Este año sin vos fue descubrir a Buenos Aires como a un desierto: inhóspito, yermo, hostil. Sin vos, sin agua, sin el manantial que dio vida a mi vida, ahora sólo me queda volver a soñar contigo.
Como siameses unidos por el alma, es imposible estar separados, imposible.
Te amo