Las múltiples metamorfosis de la locura
no se esconden ya en los tristes cajones de los armarios
ni en los zurcidos disimulados de los trajes,
sino que se pasean como tranquilos animales en equilibrio
por las cornisas de los edificios
y por las cabelleras que se odian caritativamente con el viento.
De allí suelen saltar a algunas casas bautizadas
con el agua lustral de las negaciones de la memoria
o también a las oficinas y las plazas detenidas,
para amonestarlas por no andar flotando por el aire.
La locura se ha visto obligada a confundirse
con los hilvanes de los libros
y las caratuladas formalidades
de las rituales antilocuras.
¿Pero dónde está la diferencia
entre los amores que pasan y los amores que no pasan?
¿Y dónde está el pensamiento
que puede deslizarse igualmente
por la línea recta, la línea curva o la ausencia de todas las líneas?
Y aunque la locura nos salve a veces de nosotros mismos,
termina siempre por reducirnos a nosotros mismos,
aunque alguna vez,
en uno de sus saltos de gato que se aprieta la cola,
descubra y franquee su intención funambulesca
de empujarnos y acompañarnos
a las franjas sosegadas de los nuevos abismos.
Entonces comprendemos que ella es la cordura de otra parte
y también que no estamos tan completamente solos,
como nos afirman nuestras habitaciones tapizadas de discordias,
nuestros maestros especializados en ciénagas
y los huecos excavados en todas las cosas.
La milésima parte de estos reanimados animales de la locura
bastaría para poblar los cascabeles mudos
del desgastado tapiz del decrépito universo.
Pero como la ley apunta en su obcecación hacia otra parte,
estas huérfanas criaturas no tienen más remedio
que mirarnos cada vez más fijamente a los ojos
y hacernos buscar como a excéntricos geómetras empedernidos
las perpendiculares absurdas,
pero extrañamente válidas,
de todos los caminos abandonados.
1 comentario:
de genios y de locos todos tenemos un poco
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