Y hablando de lo abismal en el tema del amor, aparece ahora una estructura importante, la del deseo. Arístóteles que recibió en la Academia, tierno y recién elaborado el Diálogo del Banquete, trata de huir de la abismal distancia donde su maestro coloca las Ideas Perfectas y entre ellas la Belleza que movililiza el Amor. Aristóteles trata de concretar lo idefinido de las Ideas perfectas de su maestro y su distancia. La Idea Perfecta para Aristóteles es el Primer Motor que mueve como objeto de deseo. Hay una corrección de Platonismo pero, como veremos, vuelve a quedar abierta la escisión que apunta hacia el Abismo. Aristóteles quiere que el deseo de la creatura se refiera a algo con nombre, más cercano y concreto y no tan indefinido y lejano como quiere el idealismo platónico. El deseo de la creatura se concreta en cumplir la finalidad impresa por el Primer Motor inmovil, el célebre "Dios aristotélico", que una vez ha hecho de demiurgo creando la creaturas, se retira a descansar a un rincón del mundo, despreocupado de ellas. No las mima, ni cuida de forma personal, pero el "Dios aristotélico" posee el convencimiento de que todas las creaturas van a estar seducidas por El, "deseando" cumplir la finalidad y el encargo encomendado por El mismo. Pero no indica Aristóteles que las creaturas instalen este deseo en lo concreto de ningún amor. Para introducirnos en esta estructura del deseo, de una forma menos filosófica que la que apunto de Aristóteles, vamos a referirnos brevemente a la reseña de Rosa Montero : Nos enamoramos del amor o del enamoramiento... (8) Se trata de arrebatar el deseo: colocarse en lugar del deseo.... "Estar enamorado es lo más parecido a un mareo en barco: tú te sientes morir y a los demás les da mucha risa. "En la novela de Nabokov: Lolita, la pasión es un invento. Su protagonista Humbert Humbert, no se enamora de la Lolita real, que es una niña necia, comechiclés, una adolescente hortera casi analfabeta, sino del replandor de amor que él proyecta sobre esa Lolita de carne y hueso... cree ver a su Lolita interior, la que él siempre lleva consigo, la imagen del amor absoluto. Y así Humbert adora a Lolita, pero a la Lolita que él se ha construido. Mientras tanto ella se contempla en los ojos de Humbert Humbert y se ve allí tan hermosa que acaba creyéndoselo. Termina creyendo que ella es así como el otro la imagina. Y se ufana, se envanece, se pavonea, se convierte en una pequeña y torpe tirana. Así, se da ese juego de identidades cruzadas y de equívocos: Yo me enamoro de quien tú no eres y yo te tiranizo con la fuerza que tú me has dado. Así se resuelven muchas de las relaciones pasionales; y eso sucede al margen del valor real, pequeño o grande, que las personas tengan. Al final de la novela Humbert aparece como asesino y ser abominable. Lolita la irritante, la pobre tiene a su favor toda su inocencia, esto es su ignorancia... La carga de pasión que había puesto Humbert puede resultar explosiva. En consecuencia, también desde esta corrección de Arístóteles al diálogo del Banquete, tratando de concretar el espacio del Amor, apunta también hacia una promesa imposible, hacia el abismo. Porque la tragedia de Humbert Humbert es tener que reconocer que el objeto de deseo no lo despertaba una Lolita carnal sino la Lolita confundida con el Amor, porque él - y tenía todo su derecho pese a lo asimétrico de sus cronologías- se estaba enamorando del Amor, y buscaba el deseo del enamoramiento*Trato de concluir todas estas rerflexiones que se pudiera analizar mucho más. Cuando la lectura del diálogo del Banquete la orillamos hacia lo que tenga que ver con el lenguaje, como tantas veces didácticamente yo mismo hice, el análisis de este artículo es perfectamente válido. Cuando comenzamos a contestar el interrogante, que enunciamos al principio de nuestra intervención "¿Pero qué pasa con el amor? o, como dice Platón en su diálogo, de una forma provocativa: "el que ama las cosas bellas desea ¿qué desea?", la lectura nietzschiana del diálogo obliga a leerlo con una intensidad diferente. La gran paradoja de Platón radica en intentar la unión de lo que el amor tiene de apolíneo, como realidad que pueda concretarse en algo bello, es decir, lo que nos dan los sentidos, junto con el espacio dionisiaco que apunta hacia la distancia infinita y abismal que no podrán recorrer nunca los sentidos. Nietzsche va a tener el atrevimiento de indicarnos que ese espacio de Arquetipos, y Paradigmas de Ideas Perfectas, el hombre, si trata de ser genial - al estilo y con la voluntad del superhombre y con la inocencia del niño de Heráclito - lo puede habitar con el lengauje del arte.
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