
Sin ir más lejos, la última vez nos contó que el viernes pasado tuvo siete años y un moño blanco en el pelo y que la mano de su papá era grande y blanda como un colchón. Ese mismo día, a la siesta, la mamá se columpiaba en un trapecio de circo y Erlinda, muy tiesa en su vestido de volados, miraba a lo alto y enviaba besos.
También nos contó que volvió a dar a luz a su hijo mayor y que su marido, más joven y apuesto que de recién casado, le obsequió un ramo de clavelinas. Y luego nos dijo que sus hermanos y ella habían dormido en casa de los abuelos y que al mediodía, trepados a un árbol, entendieron que el tiempo no existía.
"Erlinda, si todos son sueños- le decimos- ahora eres viuda y tus hijos son grandes y están viviendo en el extranjero"
"Ya sé que son sueños"- nos responde invariablemente.
Para Erlinda no hay diferencia entre lo que es o no es, y así como nosotras organizamos nuestra actividad semanal, ella organiza sus sueños.
Está tan ocupada, dice, que apenas si le queda un espacio para dedicarlo a las compras, la limpieza de la casa y el pequeño jardín.
"Tu pastel de manzanas está delicioso, tu piso huele a cera, pero tus plantas, pobrecitas!, son una maraña, suele recriminarle Carlota, la más irónica de las cinco.
Erlinda suspira, se acomoda el rodete como quien ha recibido uun cumplido y dice"Los jardines ordenados desordenan los sueños. Con cada cosa en su sitio y todo bien diferenciado, sólo hay cabida para el hoy, y eso, queridas amigas, es muy aburrido".
No queremos tomarlo como un insulto, sin embargo nos defendemos, y le decimos que nosotras lo tenemos todo previsto para no aburrirnos jamás.
La que se enfurece es Teodora, la más joven, que acaba de ser abuela por décimoquinta vez y que no puede con su alma de tanto ir y venir. Cómo se atrevía Erlinda a sugerir, tan siquiera, que alguien con seis hijos y quince nietos pudiera sentir aburrimiento. Entonces Teodora saca de su bolso una tira de fotografías, una aguja de crochet y un ovillo de lana color patito y después de enumerar las proezas las proezas de sus descendientes se dispone a tejer escarpines. Sin ser cruel debo reconocer que la pobre Teo se ha vuelto un poco reiterativa con eso de que la gente que tiene las manos y la mente ocupada no anda distrayéndose en pavadas.Porque a Queca y a mí el ikebana nos ha sorbido el seso y no hay mesita o estante que no tenga uno. Pero qué nos puede importar que los arreglos florales de tanto adornar no adornen. Nos gustan y punto.
Lo mismo debe sucederle a Erlinda con sus sueños, le caminan por toda la casa como chicos malcriados porque ella les ha soltado las riendas y ahora no hay quién los pare.
Para que me entiendan bien les diré un refrán que mi tía Alcira-mujer sabia- solía decir:"Dime con quién andas y te diré quién eres"
Nosotras andamos en grupo como alborotadas jovencitas. Y Erlinda sólo anda con ella misma; así las palabras que le nacen de adentro revolotean por donde les viene en gana hasta que se organizan en imágenes. De ahí al soñar hay un paso tan corto y ágil como el de una japonesa.
De no ser porque finalmente sucedió lo que tenía que suceder con tanto descampado alrededor, todavía estaríamos comiendo pastel de manzanas, oliendo cera y admirando esa selva diminuta donde gomeros, laureles, cerezos, araucarias y cipreses eran abrazados por filodendros, tacos de reina, rosas chinas y enamoradas del muro que, a fuerza de abrirse camino, se enamoraban de cualquier tronco o superficie que se les cruzase.
A veces, cuando me pongo a pensar en los nuevos dueños, me pregunto si el tesón demoledor con que ellos transformaron el jardín rebelde en un patio embaldosado no se habrá debido a que los sueños de Erlinda aún seguían enredados en sus árboles y plantas.
Ya no me cabe duda de que si Erlinda hizo lo que hizo fue para que sus sueños vivieran.
"Qué bien-dijimos nosotras cuando vimos el parque de diversiones que se había levantado-ahora Erlinda no se sentirá sola"
"No hay peor ciego que el que no quiere ver", también acostumbra a sentenciar tía Alcira. Y nosotras no quisimos ver que ese monstruo de acero sería la perdición de nuestra amiga.
Día y noche, para convocar a los vecinos próximos y distantes, los altavoces difundían una música que espantaba pájaros y duendes.
La gente que aullaba en la montaña rusa, descabezaba muñecas y coronaba botellas con aros de plástico, seguramente detestaba el murmullo del viento, el batir de persianas, el silbido del paseante solitario, el trinar de las aves y el lamento lejano del tren.
Después de una noche en que la vigilia sólo estuvo poblada por los intrusos de enfrente y que de sus cabezas no obtuvo ni siquiera el sueño más huidizo, Erlinda taponó sus oídos, y se volvió a acostar.
Yo me digo que tal vez sus sueños se unieron
los unos a los otros como las sábanas que el prisionero ata para huir de prisión. Y me la imagino a Erlinda deslizándose por ellas, olvidada de actos tan triviales como comer o despertar. Por eso, cuando las chicas dicen:"qué muerte triste la de Erlinda, enterrada en esa casa y sin que nadie le tienda una mano", yo pienso en sus sueños, alineados como cerco de ligustro para defenderla de la mirada ajena, y me vuelvo a decir:"Mi amiga Erlinda es feliz" ************************************************************************************************************************************************************************