Los
comerciantes de la avenida Juan Bautista Alberdi del barrio de Mataderos hacían su aporte dinerario
para engalanar las calles de luces multicolores. No podía faltar el palco
principal para que las mascaritas hicieran sus trucos y arabescos; murgas de
vecinos disfrazados para competir con canciones y piruetas al son de
redoblantes, pitos y matracas.
Al
anochecer, cuando el calor de febrero descendía y una suave brisa nos permitía
caminar por las calles que habían sido cortadas para el evento, el saquito de
hilo de mangas largas era necesario por las dudas que refrescara.
La
reina del carnaval acudiría a su trono en ese escenario con altoparlantes,
micrófono y música muy alegre, aplaudida por toda la muchedumbre que se agolpaba
de pie para ver quién era elegida la más linda del barrio, entre la espuma,
papel picado y agua que salía de los pomos de los más chiquitos. Efímero
esplendor de los sueños de las jovencitas que aspiraban la corona y quedaban
retratadas en Cavanna el comercio de
fotografías más elegante de la zona.
No
faltaba Cuasimodo a la cita, que
escondido en su disfraz, caminaba rengo y encorvado, llevando su figura como
quien carga una maldición, ridiculizado y mofándose de sí mismo con rictus y
muecas de fenómeno maltrecho. Con gritos y sustos asaltaba a alguna santurrona
desprevenida que le respondía con una cachetada. En otro momento, perseguía
seductoramente a alguna belleza femenina
que también le respondía con rudeza. Escondido detrás de la horripilante
máscara de ojos saltones, asustaba a desprevenidas muchachas con su fealdad y
el muy astuto disfrutaba a carcajadas de su fechoría. Un universo de delirios
efusivos y raptos de contradictorias sensaciones: asco y ternura, violencia y
lástima, compasión y rechazo; provocaba este ser salido de una Naturaleza
degenerada y contrariada que el mismo personaje encarnaba para simular quién
sabe qué inconcientes y depravadas intenciones.
Sonidos
de trompetas anunciaban que seguía una carroza luctuosa engalanada con
guirnaldas y flores artificiales; a cada lado del carruaje, una corona de
claveles, calas y crisantemos cruzada con una cinta de tafeta violeta que en
letras doradas tenía escrito Q.E.P.D.
En la parodia fúnebre, un féretro sin tapa contenía el cuerpo de Cuasimodo cubierto con una mortaja. La
murga LOS FUNEBREROS, con los
elementos adecuados prestados por la Casa
Velatoria de Miralla, simulaba un verdadero cortejo acompañado por
fantasmas con máscaras tétricas y túnicas blancas bordadas con lentejuelas plateadas
que portaban guadañas luminosas en el más absoluto silencio. Al llegar frente
al escenario, se detenían y subían el cajón con el difunto, fingiendo una
ceremonia presidida por Tingui Tunga
ataviado de sacerdote con sotana negra y
cuellito blanco.
Cachito, el
carnicero del mercado Demarchi,
enmascarado de diablo rojo con un traje al tono pegado al cuerpo, exageraba sus
abultados genitales; a él le seguían pequeños diablillos que imitaban sus
movimientos teñidos de horror.
Todos, como en un ritual del
averno, asaltaron el escenario en una danza macabra, gesticulando mímicas
brutales y lanzando aullidos espeluznantes con intención de robarse al muerto
que estaba atascado en el cajón; mientras atravesaban por la avenida, angelitos
que salieron de El Cedrón y
abrieron sus alas en un vuelo celestial
para enfrentar al mismísimo Lucifer.
El público gritaba alborozado. Hacían apuestas por ángeles y
diablos.
La Muerte recitaba a viva voz:
Magistrado, que conocéis sobre justicia
y sobre lo que
conviene a grandes y pequeños
con el fin de
gobernar a cualquiera
¡venid ahora a esta
audiencia!
Yo aquí os convoco de inmediato,
para rendir cuentas
de vuestros actos
ante el Gran Jurado
que a todos juzga.
Cada uno cargará su
propio fardo.
Sorpresivamente
el féretro comenzó a bambolearse y el muerto se levantó. Se quitó la careta y
la mortaja, mostrando un maquillaje de payaso bufonesco, simulando tranquilizar
su conciencia para desechar la tristeza y darle la bienvenida al júbilo desenfrenado de las tres noches de carnaval.
Daba saltos torpes y ordenaba con aires de fantoche, iniciando la fiesta de la
que hasta los más castos y virtuosos gozaban:
- ¡TODOS A BAILAR!
Sonaba la música a todo volumen. Cuerpos sudorosos y sensuales
se contoneaban al ritmo del fuego de la pasión, que los calentaba como brasas
deleitándolos en sus juegos caprichosos. Dicha y locura. Borrachos y linyeras.
Joyeros y matarifes. Pizzeros y panaderos. Señoras bien y niñas mal danzaban
sin saber quién era quién detrás del antifaz.
Los vecinos del barrio se
unían al jolgorio entre gritos, desbordes y serpentinas.
Todos danzaban alienados
briosamente, despojándose de toda inhibición cuando el estruendo por la caída
del escenario dispersó casi con idéntico dinamismo a los concurrentes que como
hormigas antes de la tormenta, se desparramaban por el primer resquicio seguro
que se presentara ante ellos.
De la nada, un toro
embravecido, furioso y desorientado apareció de entre las sombras para causar
el desastre nunca antes visto.
Gente herida, tirada en la
calle y en las veredas, gritos de espanto. Niños y mujeres que lloraban y otros
que rápidamente acudieron en ayuda de los más dañados. Simultáneamente llegaban
las ambulancias del Hospital Salaverry para
asistir a los más damnificados, en la esquina de Albariño los camiones
atmosféricos de Vilariño formaron un
muro de contención contra el cual el toro que había escapado del Mercado de Liniers, se estrelló
perseguido por las sirenas ululantes de la policía.
Se apagaron las luces de
colores. El festival que daba permiso a descubrir con o sin antifaz, los más
ocultos planes llegaba a su fin con destrozos y daños que lamentar.
Algunos comían pizza con
cerveza en la vereda de la Santa María.
Un mozo regordete silbaba un tango, una joven vestida de Blancanieves lamía un helado de chocolate.
Una de las murgas recorrió
la pizzería mientras pasaba los sombreros para juntar las últimas moneditas
entre los concurrentes, a los que respondían cantando en agradecimiento,
demostrando sus destrezas carnavaleras y se despedían de los que todavía los
observaban admirados.
Adiós
querido auditorio
pronto habremos de volver
para traer a vosotros
las alegrías y el placer
jamás se habrán de olvidar
de los años de su vida
de este conjunto aguerrido
“Los
divertidos” se hacen llamar.
Laralailalaralalalá...